10 de diciembre de 1903 Cada vez que el alma busca al Señor, recibe una sombra divina, un rasgo divino.

Continuando en mi estado habitual, sentí un peso sobre mi alma, como si el mundo entero pesara sobre mí por la privación del bienaventurado Jesús; y en mi inmensa amargura hice todo lo que pude para buscarlo. Luego, una vez que vino, me dijo: “Hija mía, cada vez que el alma Me busca, recibe una sombra divina, un rasgo divino, y renace en Mí tantas veces, y Yo renazco en ella”. Mientras decía esto, yo pensaba en lo que había dicho, casi sorprendida, y dije: 'Señor, ¿qué dices?' Y añadió: “Oh, si conocieras la gloria, el sabor que siente todo el Cielo al recibir esta nota de la tierra: un alma que busca constantemente a Dios, todos semejantes a ellos. ¿Cuál es la vida de los bienaventurados? ¿Qué es lo que lo forma? Su renacer continuamente en Dios, y Dios en ellos. Éste es el dicho: "Dios es siempre viejo y siempre nuevo". Tampoco se sienten nunca cansados, porque están en continua actitud de vida nueva en Dios”.